En abril de 1963, el presidente Stroessner vino a mi pueblo, Itá, a inaugurar
una nueva escuela, donada por Enrique Doldán, empresario que también donó
relojes para la iglesia, las cuales, cincuenta y siete años después, todavía están
allí.
Asistí a ambos actos como alumno del tercer grado en la escuela “Manuel
Gamarra”. Como ésta no tenía edificio propio y funcionaba en una casa de
familia, muchos alumnos fueron transferidos al flamante establecimiento,
entre ellos yo.
Pero esto es puramente anecdótico. Lo importante, a los efectos de ésta
historia, es que a esa nueva escuela le impusieron el nombre de Juan E.
O´Leary, un periodista, escritor e historiador que todavía estaba vivo. Murió
seis años después.
No hay otro ejemplo en la historia de la literatura paraguaya, como éste caso
de Juan E. O´Leary, donde un escritor haya violado tan radicalmente sus
principios a cargo de dinero, títulos y honores.
De tenaz antilopista pasó a ser declarado lopista, vocero del lopismo, paladín
de la reivindicación del hombre que primero invadió militarmente al Brasil y
seguidamente a la Argentina, hasta terminar arrastrando al pueblo paraguayo
hacia una guerra infernal.
O´Leary era además una suerte de vocero cultural del coloradismo y
especialmente, desde 1954, del stronismo, régimen que lo llenó de
distinciones y atenciones.
Recuerdo dos ejemplos de la consideración gubernamental que se le tenía al
“Reivindicador”.
El 16 de agosto de 1954 fue Perón a Asunción a devolver algunas reliquias de
la Guerra de la Triple Alianza y a otorgar a su amigo Stroesner el grado de
Oficial de Estado Mayor “honoris causa” del Ejército Argentino.
En la misma ceremonia, realizada en la Plaza Juan de Zalazar y Espinosa, el
presidente argentino le entregó al escritor del que hablamos la Orden al Mérito
en Grado de Gran Cruz.
El gobierno lo consideraba “el más grande defensor de la heredad nacional y
figura venerada por todos los paraguayos”.
Hasta le hicieron un busto de
bronce que fue inaugurado por el mismo Stroesner el 1° de marzo de 1955, en
la plaza que está al lado del Oratorio de la Virgen de la Virgen de Asunción y
Panteón Nacional de los Héroes.
Fue en presencia del propio escritor. O´Leary asistió a la celebración de su
propia gloria.
“No lo perdono”
O´Leary, nacido en 1879, nueve años después del fin de la guerra, no siempre
fue lopista. Al contrario, odiaba intensamente a Francisco Solano López y
juraba que su odio sería eterno.
Es que ese loco de la guerra había provocado el martirio de su madre, Dolores
Urdapilleta Caríssimo, y la muerte de sus medio hermanos, los hijos que
Dolores había tenido con su primer marido, Ricardo Jovellanos, un juez
también de triste final.
De allí venía su odio (que juró sería por toda la eternidad) hacia ese “Nerón
americano”.
Tanto lo odiaba que, evocando a los hermanos que nunca pudo conocer,
escribió:
“Para tus verdugos y para los verdugos de nuestra patria –perdóname, madre
mía- mi odio es eterno. Madre, tu martirio es infinito. Día tras día, a cada
momento, aparecen ante tus ojos las sombras de tus hijos, mis hermanos,
muertos de hambre en la soledad de la peregrinación.
Tú los viste morir.
Tú presenciaste aquella agonía indescriptible y, después
que murieron, tuviste que dejar sus pequeños cuerpos fríos bajo una capa de
tierra y una alfombra de flores.
¡Pobres mis hermanos! Yo también los veo en mis sueños; envueltos en
nítidas mortajas, flotan en el espacio como blancos angelitos. Ni siquiera
ustedes escaparon de la furia de los tiranos y de los Caínes.
Algún día, cuando mi canto sea digno de ustedes, enterraré su memoria en la
cristalina sepultura de mis versos!.
Tú perdonaste al tirano que tan brutalmente te maltrató. Yo no lo perdono.
Lo
olvido. Y en éste día, uno mis lágrimas a los tuyos y con mi alma abrazo a
esos pobres mártires, mis hermanitos, muertos de hambre en la soledad del
destierro”.
¿Dónde quedó su odio?
El triste episodio sobre el que tan emotivamente había escrito no le impidió
que escudándose en el seudónimo Pompeyo González, en 1902 empezara a
desplegar su talento literario para enaltecer al dictador a quien había declarado
odio de por vida.
El dinero que por sus sucesivas columnas tituladas “Recuerdos de Gloria” le
pagaba Enrique Solano López, fundador y propietario del diario Patria e hijo
de Francisco Solano López, provocó en él una rara, sorprendente y llamativa
amnesia.
Enterró en su memoria lo sucedido con su madre y sus hermanos muertos por
inanición, y empezó a predicar que el único error del padre de su jefe había
sido “no haber vencido”, y que su único crimen había sido “amar demasiado a
su patria”.
Su mercenaria pluma terminó convirtiendo a López en “una montaña de
patriotismo, nudo de nuestra historia, principio y fin de nuestra epopeya, clave
de nuestro pasado, cumbre y cima, aurora y ocaso, resplandor de luz
meridiana, encarnación de todas nuestras grandezas morales, y símbolo vivo
de todos nuestros dolores”.
Al principio de su carrera, declaró que el propósito de sus artículos era
“exponer a las nuevas generaciones las hazañas de los héroes de la Guerra del
Paraguay contra la Triple Alianza”.
Pero la verdad era otra: lo hacía porque a su patrón, Enrique Solano López, le
urgía mejorar la figura de su padre para favorecerlo en un resonante juicio que
se ventilaba en tribunales de Buenos Aires y Río de Janeiro por los extensos
territorios que reclamaba su madre, Elisa Alicia Lynch, juicio que finalmente
perdieron.
Juan E. O´Leary murió el 31 de agosto de 1969, a los noventa años. Mi
recordada ex escuela y una ciudad del Alto Paraná siguen conservando su
nombre.
FUENTE: *(Periodista-Escritor-Historiador)
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