SANITARIOS TARAGUI

lunes, 13 de diciembre de 2021

LA OTRA PROFESIÓN MÁS ANTIGUA DEL MUNDO: APLASTAR AL ENEMIGO

El 13 de diciembre de 1828, el coronel Manuel Dorrego, gobernador y capitán general de la provincia de Buenos Aires, fue fusilado en Navarra, por orden del general Juan Galo de Lavalle.

Todo fue sumarísimo, sin proceso ni juicio previo. 

Al reo, apenas le dieron tiempo para escribir a su esposa Angelita y a sus hijas Angelita e Isabel. “Querida Angelita: me intiman a que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué”, le dijo a su mujer.

Hubo algunas voces de clemencia a su favor, entre ellas la del general y terrateniente Eustoquio Díaz Vélez. Éste le dijo a Lavalle: “Estoy persuadido de que Dorrego no debe morir. Es cierto que ha causado muchos males, pero la dignidad del país así lo exige”.

Sin embargo, no hubo marcha atrás. Ya antes de detenerlo, el general unitario había decidido matar a Dorrego, contra el que se había sublevado, y había llegado la hora de hacerlo.

Más aún, emitió un comunicado diciendo que la muerte de Dorrego era “el mayor obsequio” que le podía hacer a Buenos Aires.

Éste 193 aniversario de la sumarísima ejecución de Dorrego, me lleva a escribir algunas líneas sobre otra de las profesiones más antiguas del mundo: la de aplastar al enemigo.

El arrepentimiento de Perón

“Las leyes me concedían el derecho, por el bien del país, de eliminar materialmente a los enemigos de la Nación. ¡Ah!, si yo hubiese previsto lo que iba a pasar, entonces sí hubiera fusilado al medio millón, o a un millón, si era necesario”.

Lo anterior es parte de un reportaje que en Madrid Perón ofreció a la revista “Marcha” de Montevideo, y publicada el 27 de febrero de 1970 en la edición 1.483 de dicha revista.

Esas declaraciones fueron reproducidas el 9 de mayo de 1970 en el número 414 de la revista “Triunfo” de Madrid, y, también, en el primer número de la revista “Premisa”, del 16 de diciembre de 1970.

Era cierto: la Ley 13.234 de Organización General de la Nación para Tiempo de Guerra Exterior, y la Ley 14.062 de Estado de Guerra Interno, leyes que él mismo promovió, facultaron a Perón a aplicar la pena de muerte, pero nunca llegó a ese extremo.

Los que sí llegaron a ese extremo fueron Aramburu y Rojas, líderes de la “Revolución Libertadora”. No les tembló el pulso a estos dos a la hora de aplastar al enemigo.

Lo hicieron cuando el levantamiento del general peronista Juan José Valle, en junio de 1956. Quería traerlo de nuevo a Perón y poner en vigencia la Constitución de 1949, pero fue delatado.

Las radios emitieron comunicados alertando sobre “el estallido de un movimiento subversivo, que obliga a las autoridades nacionales a tomar enérgicas medidas para restablecer la normalidad”.

Esas “enérgicas medidas” consistieron en el fusilamiento de 18 militares y 13 civiles, varios de ellos de manera clandestina. Las ejecuciones recién cesaron con la detención del general Juan José Valle, que apenas horas después fue fusilado en el patio del penal Las Heras.

Minutos antes de su ejecución, escribió una carta a Aramburu: “Ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones. 

Es asombroso que ustedes hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria, porque con fusilarme a mí, bastaba”, le dijo.

El largo historial universal en materia de aplastamiento del enemigo me recuerda, también, la pregunta de un sacerdote al moribundo general español Ramón María Narváez, quien entre 1844 a 1858 fue siete veces presidente del Consejo de Ministros de España:

“¿Su excelencia está dispuesta a perdonar a todos sus enemigos?”. “No tengo necesidad de perdonar a mis enemigos –contestó Narváez-. Los he mandado a fusilar a todos”.

El fusilador argentino

En Cuba, el aventurero argentino “Che” Guevara dijo en febrero de 1959, en el canal 26 de televisión cubana:

“Fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando. Nuestra lucha es a muerte; tienen que saber esos gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida para ellos”.

Lo que dijo, tenía sentido: se estima que el comunismo cubano es responsable de 3.117 casos documentados de ejecuciones, y 1.162 casos de ejecuciones extrajudiciales, la mayoría de las cuales fueron consumadas en la fortaleza “La Cabaña”.

Lo cierto es que la historia está repleta de casos donde la consigna de algunos hombres era la “victoria total”, el aplastamiento total del enemigo.

Incluso en la Biblia

La consigna de “aplastar al enemigo” y exterminarlo por completo es tan vieja que hasta forma parte de la Biblia.

Según la “palabra de Dios”, el primero que la puso en en práctica fue Moisés, quien a su vez la aprendió de su Dios, Jehová.

Aún se enseña, tanto entre los judíos como entre los cristianos, que Dios separó las aguas del mar Rojo para que los hebreos pudiesen pasar, pero luego volvió a cerrarlas sobre los egipcios que los perseguían, de modo que “no escapó uno solo”.

Después, cuando Moisés bajó del monte Sinaí con los Diez Mandamientos y vio que el pueblo adoraba al Becerro de Oro, hizo degollar hasta al último de los transgresores.

Ya en su lecho de muerte, les hizo jurar a sus seguidores, quienes por fin iban a entrar en la Tierra Prometida, que cuando hubieran derrotado a las tribus de Canaán, debían “destruirlos por completo, no hacer tratos con ellos, ni tenerles clemencia”.

Sorprendentemente, para la Iglesia Católica semejante destructor de vidas humanas es un “santo” al que tal vez algunos todavía evocan cada 4 de septiembre.-

FUENTE: Por Vidal Mario

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