El problema no es el fútbol. El problema es la Argentina. El país barra brava que no puede resolver los dilemas de una adolescencia que lleva doscientos dos años.
o puede controlar las marchas piqueteras que paralizan la Ciudad cien días al año.
No puede frenar a un centenar de violentos con la camiseta de All Boys.
Y no puede evitar que otra banda de forajidos con la camiseta de River le rompa los vidrios a piedrazos al micro donde viajaban los jugadores de Boca para jugar la superfinal.
El mega evento que nos iba a mostrar como un ejemplo ante el planeta. Un modelo de lo que puede la pasión argentina. Esa que mostramos con orgullo en cada Mundial. Pero la realidad nos golpeó en la cara desde el primer botellazo. Eso somos. Una sociedad con enormes dificultades para lograr la utopía de la convivencia.
Porque los errores y las desgracias tienen múltiples culpables. El Gobierno nacional y el de la Ciudad que no pueden armar un operativo de seguridad mínima mente eficaz. Y se echan la culpa unos a otros por los errores.
Los clubes que conviven con sus barra bravas. Los de River, que revenden entradas que les regalan sus dirigentes. Y los de Boca, que arman paquetes turísticos para que los extranjeros vivan la sensación extrema de estar cerca de la muerte en las tribunas. La policía que nunca aciertan el lugar correcto donde tirar los gases lacrimógenos. Y los jueces que dejan salir a los barra bravas al primer llamado de un dirigente influyente. Y a veces ni siquiera eso.
Es una cadena perversa y todos sabemos que no tiene final feliz.
Claro que la corrupción, la desidia y la inoperancia de la dirigencia argentina no serías tan nocivas si no tuvieran el correlato desgraciado de esta sociedad intolerante.
Una sociedad que ha aprendido muy poco en 35 años de democracia. Las tragedias de las dictaduras, de la violencia armada, del terrorismo de Estado, de los desaparecidos, del 2001 y de tantos episodios nos enseñaron muy poco. Los argentinos seguimos conservando esa capacidad única para convertir en enemigo al que tenemos al lado.
Eso es lo que hicieron los hinchas de River que atacaron porque sí a los jugadores de Boca.
Porque al enemigo hay que odiarlo y hay que lastimarlo en cualquier circunstancia. Hay un huevo de la serpiente que espera siempre para estallar en la Argentina. Esta vez fue por un partido de fútbol. Mañana puede ser por cualquier otra cosa.
Este es el escenario con el que el país barra brava aguarda a los hombres y mujeres más poderosos del planeta para la Cumbre del G-20. Que está acá nomás, a la vuelta de la esquina, desde el próximo jueves.
Serán estos dirigentes, estos policías y seremos todos nosotros los que tendremos que pasar el enésimo examen de convivencia. Ese mismo que reprobamos una y otra vez. Y que nos ha erigido en el mundo como un extraño laboratorio del fracaso.-
FUENTE: www.clarin.com
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