El pasado día 11 de septiembre, se conmemoró el 132° aniversario de la
muerte del hombre que revolucionó la forma de enseñar en la Argentina:
“El
loco Sarmiento”.
Amigos y enemigos lo apodaban “El loco Sarmiento” porque hacía cosa de
locos.
Siempre fue así. Ya de joven la gente decía de él que era un “cuyano
alborotador”.
Pero no era un loco sino un adelantado a su tiempo que veía cosas que los de
su tiempo no veían.
Aconsejó la incorporación de verduras a las dietas, pregonó la necesidad de
alambrar los campos, plantó en Tigre mimbre que había traído de afuera, trajo
de Australia los eucaliptus y promovió el telégrafo, que muchos tildaban de
cosa absurda.
Esas fueron solamente algunas de las “locuras” de éste sanjuanino que a los
cuatro años de edad ya leía de corrido y a los quince años enseñaba a gente
mayores que él.
Pero a Sarmiento no se lo recuerda por aquellas cosas. Se lo recuerda por
impulsar la educación popular, por crear ochocientas escuelas en todo el país y
por imponer el normalismo (Escuela Normal), el sistema que educó y educa a
millones de argentinos.
En el marco de otro “disparate grande y sublime”, trajo 65 maestras
norteamericanas a las que llamaba “hijas de Sarmiento” pero que fueron
rechazadas por la Iglesia porque no eran católicas.
El gobierno argentino entendió que el Estado del Vaticano no tenía por qué
entrometerse en sus decisiones internas y echó al Nuncio Apostólico.
Las
relaciones quedaron rotas, por varios años.
La obra educativa de Sarmiento fue tan grande que quien lo sucedió en el
cargo fue su ministro de Educación, Nicolás Avellaneda.
Después se distanció de Avellaneda, no porque éste fuese católico y él masón
sino porque Avellaneda y su mujer eran partidarios de la enseñanza religiosa
en las escuelas en tanto que él sostenía que el catecismo no tenía por qué estar
en las escuelas.
Triunfó el pensamiento sarmientista, y la educación comenzó a ser mixta,
laica y obligatoria. La enseñanza del dogma católico fue sacada de las aulas
para ser enseñada en las iglesias y en los hogares.
Debido a que Sarmiento era Gran Maestre de la Masonería Argentina, el
catolicismo tomó a dicho cambio como un triunfo de la masonería sobre el
catolicismo.
Sarmiento pertenecía a dicha Logia desde 1854, pero cuando lo designaron
Presidente renunció por un tiempo debido a que constitucionalmente no podía
ser presidente y masón.
En una cena que el 28 de septiembre de 1868 le ofrecieron sus hermanos con
motivo de su designación presidencial, Sarmiento pronunció un discurso
donde aclaró que la masonería no era enemiga del catolicismo, como se decía
y se sigue diciendo.
Una cena, un discurso
152 años después, vale la pena reproducir parte del discurso de Sarmiento en
aquella cena:
“Llamado por el voto de los pueblos a desempeñar la primera magistratura de
una República que es por mayoría del culto católico, necesito tranquilizar a los
timoratos que ven en nuestra institución una amenaza para las creencias
religiosas.
Si la masonería ha sido instituida para destruir el culto católico, desde ahora
declaro que no soy masón.
Declaro además que habiendo sido elevado a los
más altos grados de la Masonería con mis hermanos los generales Mitre y
Urquiza, por el voto unánime del Consejo de Venerables Hermanos, si tales
designios se ocultan aún a los más altos grados de la Masonería, ésta es la
ocasión de manifestar que o fuimos engañados miserablemente o no existen
tales designios ni tales propósitos.
Yo afirmo solemnemente que no existen ni han existido designios ni
propósitos de ésta grande y universal confraternidad de destruir el culto
católico.
Hay millones de masones que son protestantes. Si el designio de nuestra
institución fuera atacar las creencias religiosas esos millones de protestantes
estarían conspirando contra el protestantismo y estarían a favor por lo tanto
del catolicismo, de cuya comunidad están separados.
No debo disimular que S.S. el Sumo Pontífice se ha pronunciado en contra de
estas sociedades. Con el debido respeto a las opiniones del Jefe de la Iglesia,
debo hacer ciertas salvedades para tranquilizar los espíritus. Hay muchos
puntos que no son de dogma en los que, sin dejar de ser apostólicos romanos
los pueblos y los gobiernos cristianos pueden diferir de opiniones con la Santa
Sede.
Dictaré algunos.
En el famoso “Syllabus”, S.S. declaró que no reconocía como doctrina sana ni
principio legítimo la “soberanía popular”. Si hemos de aceptar ésta doctrina
papal entonces nosotros pertenecemos de derecho a la corona de España.
Pero
tranquilizáos: teniendo por base de nuestro gobierno la soberanía popular,
igual podemos ser muy cristianos y muy católicos.
El “Syllabus” se declara abiertamente contra la libertad de conciencia y la
libertad del pensamiento humano.
Pero el que redactó el “Syllabus” se guardó
muy bien de excomulgar de la comunidad católica a las naciones que están
fundadas sobre la libertad del pensamiento humano, por miedo de quedarse
solo en el mundo con el “Syllabus” en la mano.
El Presidente de la República Argentina debe ser, por la Constitución,
católico, apostólico, romano.
Éste requisito impone al gobierno sostener el
culto católico y proceder lealmente para favorecerlo en todos sus legítimos
objetos. Éste será un deber para mí, y lo llenaré cumplidamente.
Los masones profesan el amor al prójimo sin distinción de nacionalidad, de
creencias o de gobierno, y practican lo que profesan en toda ocasión y lugar.
¿Acaso es falso el dinero que los masones mandamos a Mendoza en auxilio de
los que escaparon del temblor?
¿Son ineficaces nuestros esfuerzos, nuestras
caridades, para remediar cuanta dolencia, cuanta miseria aflige a los
desvalidos? ¿No merecen ni gratitud ni estimación estos socorros propios de la
sublime parábola del Samaritano?
Hechas estas manifestaciones para que no se crea que disimulo mis creencias,
tengo el deber de anunciar a mis hermanos que de hoy en adelante me
considero desligado de toda práctica o sujeción a estas sociedades.
Llamado a
desempeñar altas funciones públicas, nada ha de desviarme de los deberes que
me son impuestos.
Cuando vuelva a ser de nuevo un simple ciudadano, volveré para ayudaros en
vuestras filantrópicas tareas, esperando desde ahora que por los beneficios
realizados a favor del prójimo ustedes habrán de continuar conquistando la
estimación del público.
Con vuestra abstención de tomar parte en las cuestiones políticas o religiosas
que ocurriesen, lograréis disipar las preocupaciones de los que por no conocer
nuestros estatutos no saben que somos los más firmes apoyos de los buenos
gobiernos, los más saludables ejemplos de la práctica de las virtudes
cristianas, y los más caritativos amigos del que sufre”.-
FUENTE: Por Vidal Mario / (Historiador)
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