¡María, María, despierta!.
¡¿Qué pasa, José!?.
¡Tenemos que huir, ahora mismo!.
¿Por qué?.
Herodes busca al niño para matarlo.
¿A Jesús?.
Si.
¿Por qué?.
Tiene miedo que le saque el trono.
¿Quién te dijo tal barbaridad?.
Gabriel.
¿Quién es ese?.
Un ángel del Señor.
¿Anduvo por acá?.
Me habló en sueños.
¿No habrás estado bebiendo?.
Te digo que me habló en sueños.
¿Qué te dijo?.
“Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí
hasta que yo te avise”.
¿Tiene idea ese ángel de lo lejos que está Egipto?. ¡Como a doscientos
kilómetros de acá!.
Seguro que lo sabe, igual tenemos que irnos.
¿Cómo?.
No sé.
Somos un anciano, una mujer que se recupera de un parto, y un bebé.
¿Cómo pretenden que nos levantemos, que dejemos nuestra casa con
apenas lo puesto y que atravesemos con un niño recién nacido un espantoso
desierto?.
Dios lo quiere.
¿Y tu taller y todos los trabajos urgentes que te han encargado los vecinos?.
El día que regresemos les diré que debí desaparecer porque el Señor me lo
mandó.
No conocemos a nadie en Egipto, donde encima son todos paganos, ¿de
qué vamos a vivir allá?.
El Señor proveerá.
¿Y la comida y el agua para nosotros y el burro?. Me supongo que no
iremos caminando.
Te dije que el Señor proveerá.
¿Por qué no te encierras en tu pieza y le pides a ese ángel que nos agarre y
nos lleve él?. En unos minutos estaríamos ya en Egipto.
Eso ya lo hizo una
vez.
¿Cuándo hizo eso?.
Cuando agarró de los pelos a Habacuc y lo llevó a Babilonia para que le
lleve un plato de guiso a Daniel, a quien Nabucodonosor había tirado en un
pozo con leones. Los leones no querían comerlo a Daniel, pero él sí quería
comer. Lo contó en su libro.
No leí ese libro y no voy pedirle al ángel que nos lleve él porque somos
tres.
José, el Señor tiene poder para evitar que pasemos por semejante martirio.
Se le podría aparecer en sueños a Herodes y decirle que si intenta matar a
Jesús él morirá.
¿Quién eres tú, mujer, para juzgar lo que el Creador del Universo podría o
no hacer?.
Una vez ya lo hizo.
¿Cuándo?.
Cuando Abraham, que ya tenía como cien años, y su mujer Sara, de
noventa años, viajaron a Gerar, me parece que por negocios. ¿Tampoco
leíste eso?.
No.
Abimelec, así se llamaba el rey de Gerar, hizo traer a Sara para acostarse
con ella, pero Dios le dijo en sueños: “Vas a morir porque la mujer que
tomaste es casada”.
María, ese rey seguro que tenía un harén repleto de mujeres hermosas. ¿Por
qué iba a querer acostarse con una anciana que ya andaba por los noventa
años?.
Son cosas que ocurren, José.
¡Bueno, ya perdimos mucho tiempo en conversaciones, María!.
Tenemos
que partir, aunque intuyo que otros inocentes pagarán por nuestra huida a
Egipto.
¿Por qué?.
Porque después que el ángel habló conmigo en sueños hizo lo mismo con
esos árabes que le trajeron oro, incienso y mirra a nuestro niño. Les dijo
que no vuelvan a lo de Herodes sino que regresen a su tierra por otro
camino.
¿Y?.
Ya sabes lo que es ese loco de Herodes. Es muy capaz de enfurecerse y
matar a todos los niños de la edad de nuestro hijo que encuentre por aquí y
alrededores.
¿O sea que muchos niños morirían a cuchillo y espada porque el Señor nos
manda a Egipto?.
Asimismo sería.
¿Y por qué el Señor, que todo lo puede, no impediría tan cruel matanza de
inocentes?.
María, me recuerdas a tu padre Joaquín porque haces preguntas difíciles de
contestar.
Es que estoy muy indignada por esto de hacernos levantar en plena noche
de lo bien que estábamos descansando, y nada menos que para hacernos
caminar por un desierto. Insisto en que sería mejor que envíe a su ángel a
decirle a Herodes que si intenta matar a algún niño el que va a morir será
él.
Mujer, te estás sobrepasando y nos pones en peligro. ¿Olvidas que el Señor
expulsó del Paraíso a Adán y Eva sólo porque le desobedecieron, y que
mató en el desierto a los que sacó de Egipto sólo porque murmuraron
contra él?.
No me olvido, José, pero tampoco tú olvides que mandó a un ángel a
decirle a Abraham, que había atado a su hijo y estaba a punto ya de matarlo
también por orden suya: “No levantes la mano sobre el niño porque ahora
sé que me temes porque no me has negado ni siquiera la vida de tu propio
hijo”.
Eso sí lo leí.
Está en Génesis.
¿Y por qué el Señor, que salvó a Isaac, no haría nada para salvar también a
estos otros niños que inocentes como el hijo de Abraham no hallarían
piedad a la hora de la muerte?. ¿Acaso sólo le importa la vida de Jesús, y
que los otros revienten?.
Es más fácil que el cielo y la tierra dejen de existir que dejen de cumplirse
sus profecías. El Señor es rehén de sus propias profecías, y hay una que
debe cumplirse.
¿Cuál?.
“Se oyó una voz en Ramá, llantos amargos y grandes lamentos.
Era Raquel,
que lloraba por sus hijos y no quería ser consolada porque ya estaban
muertos”.
¿Qué tiene que ver esa profecía con nosotros?. Dice Ramá. Nosotros
vivimos en Galilea.
No había pensado en eso.
Y volviendo a nuestro viaje, José, para cruzar el desierto hace falta una
caravana conducida por guías experimentados. Nosotros ni vamos en una
caravana ni tenemos guía ni conocemos el camino. ¿Cómo vamos a llegar a
Egipto?.
Pediremos al Señor que vaya al frente de nosotros de día en una columna
de nube para guiarnos por el camino y de noche en una columna de fuego
para iluminarnos, de manera que podamos avanzar de día y de noche. Así
lo hizo con nuestros padres, a quienes con grandes prodigios sacó de
Egipto.
José, a nuestros padres no les sirvió de nada ni la columna de nube ni la
columna de fuego porque al final no vieron la tierra que el Señor les
prometió porque los tuvo de rehén en el desierto durante cuarenta años
hasta que todos murieron y sus cuerpos quedaron tendidos en las arenas del
desierto.
Basta ya de discutir, María.
Pongámonos ya en marcha, no sea que el ángel
del Señor venga y nos pregunte por qué todavía estamos acá.
Marchemos, entonces, y que el Señor nos ayude.
Vamos, María. Un largo camino nos espera.-
FUENTE: (Un cuento de Vidal Mario)
0 comentarios:
Publicar un comentario